La alimentación es un proceso complejo mediante el cual el ser humano toma del mundo exterior una serie de sustancias para nutrirse. Esta función comienza desde la fase prenatal del individuo, y se va perfeccionando y ajustando a lo largo de la vida según nuestras necesidades.
En los primeros meses tras el nacimiento, nos alimentamos únicamente mediante consistencias líquidas (leche, agua). Poco a poco, se va introduciendo la ingesta de purés y de sólidos en nuestra dieta.
El rechazo al alimento del niño pequeño es un problema que con frecuencia hace a los padres acudir a consulta médica. Hasta el 25% de todos los niños padecen en algún momento dificultades para alimentarse.
Las causas pueden ser: alteraciones congénitas en el paladar, maloclusión, macroglosia, hipertrofia adenoidea, reflujo gastroesofágico, niños que han sido sometidos con anterioridad a tratamientos y exploraciones en la cara y boca (por ejemplo, que han necesitado sonda nasogástrica, traqueostomía…) o medicamentos que disminuyan el apetito por producir lesiones digestivas.
También se han descrito posibles causas psicógenas de este problema en las que el niño rechaza el alimento debido a una mala experiencia previa, por ejemplo: si se produjo aspiración del alimento (atragantamiento) y eso desencadenó no sólo una respuesta fisiológica con tos, náuseas y dificultades respiratorias, sino también un cuadro de estrés y posterior ansiedad tanto en el niño como en sus padres que hace que los momentos de alimentación sean cada vez más complicados.
Dicho problema es, en un primer momento, atendido por el médico especialista en pediatría. Acto seguido, entran en juego diversas especialidades como gastroenterología, nutrición y logopedia, entre otras, siendo la logopedia la encargada de intervenir directamente sobre el caso en cuestión.
Una de las muchas competencias del logopeda es evaluar, diagnosticar y tratar las alteraciones de la función de la alimentación.
Dependiendo del caso, será necesario programar un plan de tratamiento en el que los padres y el niño afectado deban acudir con frecuencia a la consulta de logopedia para que éste trabaje directamente sobre el paciente. O bien, programar un plan de seguimiento en el que el logopeda dé indicaciones y pautas a los padres para que actúen como copartícipes del plan de tratamiento, en el que, cada cierto tiempo, la familia acuda a consulta y se hable detenidamente sobre el desarrollo que está siguiendo el niño.
Un rechazo al alimento sólido por parte del niño puede suponer serios problemas madurativos y alteraciones en el crecimiento y desarrollo de las estructuras óseas y musculares del sistema orofacial.
En la práctica clínica, hemos visto que una intervención precoz por parte de la logopedia, produce beneficios directos sobre la función de alimentación. En muchos casos, sólo es cuestión de semanas o pocos meses que el niño adquiera un desarrollo normal si se actúa correctamente.
Los resultados de una intervención adecuada son visibles al poco tiempo. Cabría destacar por ejemplo el aumento rápido de la talla y peso del niño, situándose en valores normales para su edad. Así como una evidente mejoría de las estructuras orofaciales implicadas en la función de alimentación.
Francisco José Sánchez Bustos (Logopeda en CRL y docente del Grado en Logopedia en V.I.U)

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